miércoles, 21 de abril de 2010
Crisis de los 6 años: un pequeño adolescente
Los seis años marcan, dentro del desarrollo del niño, una importante etapa de transición que conlleva toda una serie de reacciones fisiológicas y psíquicas.
Súbitamente, nuestro hijo de seis años, en el que ya percibíamos algunos rasgos de madurez, ha sufrido una sensible transformación que parece un paso atrás en su evolución. De ser una criatura mimosa y encantadora, ha pasado -sin previo aviso- a ser todo un carácter impredecible: se rebela para imponer su voluntad sobre los demás, no acepta la autoridad, ríe hasta llorar, llora hasta perder el control... No hay quie
n entienda sus salidas.
¿Qué le ha pasado? Pues nada más ni nada menos que acaba de atravesar la llamada "crisis de los seis años".
Los seis años marcan, dentro del desarrollo del niño, una importante etapa de transición que conlleva toda una serie de reacciones fisiológicas y psíquicas.
Como ya ocurrió alrededor de los dos años y medio -y ocurrirá de nuevo en la adolescencia- el niño se sentirá durante unos meses desorientado, incómodo y con miedo, reaccionando a veces de forma desproporcionada, violent
a o -como mínimo- desconcertante. Las causas son el propio desarrollo, los cambios que experimenta y las nuevas realidades de las que ahora toma conciencia.
En cualquier caso, no podemos olvidar que esas reacciones, propias de la segunda crisis de la madurez, tienen su origen simplemente en el acelerado desarrollo de su sistema nervioso, ante el cual el niño reacciona con todo su cuerpo y atravesando todo el espectro de emociones. Sus reacciones, por tanto, han de ser interpretadas como síntomas de su crecimiento, que tendremos que saber orientar acertadamente.
Del blanco al negro
Durante los meses que dura esta etapa de transición, la bipolaridad es uno de
los rasgos más señalados en el niños, ya que siempre está entre los dos extremos... de lo que sea. Pasa de la risa al llanto, de la más tierna mansedumbre a una explosión violenta, del amor apasionado al más sincero desdén,... Va del blanco al negro con toda facilidad, pero tampoco es capaz de decidirse por ninguna opción en concreto, pues no es reflexivo y las alternativas le abruman.
Esta dificultad en el manejo de las ideas opuestas no tiene, sin embargo, mayor problema, pues irá superándola pronto, lo que significará para él un incremento madurativo. Podremos ayudarle explicándole los pro y los contras de cada opinión, o sugiriéndole -sin imponerle, salvo que se trate de algo importante- la más adecuada. Podemos explicarle lo que nosostros, en su caso, escogeríamos...
Sin medida
Ahora, casi todo es desproporcionado en sus reacciones: corre, entra, sale, le pega a su hermanito, lo colma de besos... No es capaz de controlar sus reacciones, ni de dominar sus impulsos.
Percibe más cosas de las que puede manejar, y esto le hace desarrollar un afán mayor de su propia capacidad. Las persigue y al minuto siguiente se muestra caviloso antes ellas.
Es mejor comprender su situación e intentar suplir esa falta de seguridad ofreciéndole puntos fijos, rituales inalterables que se repitan cada día. Como el beso de buenos días, recibirle con la merienda sobre la mesa, arroparle cuando se acueste, que los vea en la casa a las misma horas...
En este momento, vuestro hijo ya comienza a entender las horas y relacionarlas con el desayuno, la vuelta del colegio, etc. Si procuramos ser puntuales, estaremos ayudándole.
Rasgos de madurez
Aún con todo lo dicho, el niño de seis años ya puede tener algunos rasgos de madurez, que debemos estimular. Uno de ellos es su gran dinamismo.
Por ejemplo, le encanta comenzar actividades, pero no le desagrada que le hagan interrumpirlas porque aún no se concentra en ellas: simplemente, las olvida.
Una forma de orientar este activismo puede ser animarle a hacer deportes o practicar juegos que desarrollen sus músculos y estimulen sus sentidos.
Además, ya se acuesta sin armar un drama y le gusta desarrollar alguna actividad tranquila antes de dormir.
Es muy espontáneo, busca crear su propio campo de intimidad y compartirlo. Empieza a tomar conciencia de sí, y se preocupa. Sobrevienen también los miedos y las pesadillas.
También este espectro de rasgos es aprovechable, sobretodo porque podemos sacar partida de los momentos de calma previos a la noche para interesarle en la lectura u otras actividades de concentración.
Le encantará que prestemos atención a todo lo que espontáneamente nos cuenta y que le ayudemos a empezar a reflexionar sobre ello.
Será imprescindible, sin embargo, que respetemos su deseo de intimidad y hagamos surgir con naturalidad el flujo mutuo de secretos entre él y nosostros.
Él nos contará que se peleó con su amigo, y nosotros que el sábado le llevaremos al zoológico a él y a sus hermanos, de "sorpresa".
Aquí estoy yo
El respeto será, en esta etapa, la llave mágica para entender al niño muchas veces. Ahora que está tomando conciencia de sí, se reconoce como persona e intenta que se le trate como tal.
Aunque no la cuida, se interesa por su ropa y exige ponerse esto o aquello. Se muestra desafiante, intenta monopolizar la atención y, sobre todo, le ofende la autoridad impuesta. De hecho, su respuesta ante cualquier exigencia será casi siempre "no".
En este momento, el castigo por sus berrinches es la peor solución, porque se rebelará iracundo y puede incluso perder el control. Será mucho más efectivo tener paciencia y emplear el cuento del niño de seis años que se portaba mal, o estar muy pendientes de elogiar todo lo que haga bien.
Si tenemos que reñirle, hacerle con calma y -siempre- en privado, para que no sienta herido su orgullo.
Otro camino efectivo para que obedezca es la sugerencia -"cuento hasta diez y lo haces: uno, dos,..."-, o pedirle que nos acompañe a nosotros a hacerlo.
En cualquier caso, no debemos perder de vista que esta actitud desafiante -aunque indudablemente molesta- es un paso adelante de su carácter, no el germen de una actitud negativa. En cualquier caso, será mejor quitar importancia a los incidentes que puedan surgir e, incluso, dejarlos pasar a veces, recordando que se trata de una etapa pasajera.
Papá y mamá
En lo que se refiere al desarrollo emocional, hasta ahora, el universo giraba en torno a la mamá, pero al llegar esta edad también el padre cobra protagonismo: la niña lo adora y el niño busca camadería con él.
Dado que se trata de una etapa inestable, con muchas explosiones y actitudes de desafío, es recomendable que el padre aproveche el interés de su hija o hijo para colaborar más activamente en su cuidado y educación, y evitar que vean a la madre como el ogro dictador. No deben serlo ninguno de los dos, en cualquier caso.
Gestión de hermanos
Al tomar conciencia de sí, al niño de seis años le gusta pavonearse e influir en los demás. Por esta razón, suele despreciar y abusar de su hermano menor, mientras que por el mayor siente admiración y deseo de confiarse a él.
Este último rasgo de su comportamiento, bien orientado, podrá ser beneficioso para ambos: a él como estímulo y al mayor como responsabilidad.
En cuanto al primero, no podemos permitir que trate mal a su hermano pequeño. Un modo de templar los ánimos puede ser el proporcionar a nuestro hijo de seis años una parcela propia -un cajón, un armario, un material- en la que el hermano pequeño no pueda entrar.
Durante esta etapa podríamos plantear incluso un cambio de habitación, para trasladarlo a la de su hermano mayor.
Adiós a la crisis
¿Y cuándo sabremos que ya pasó la crisis? El fin de esta etapa -que puede haber sido tan violenta como discreta- se caracteriza por el aquitamiento del niño.
Ya ha pasado la tensión creada por los nuevos descubrimientos y ahora atraviesa una nueva etapa de su desarrollo: la asimilación y consolidación de la experiencia acumulada durante estos meses de inestabilidad.
El niño se vuelve mucho más medidativo e introvertido. Le encanta escuchar, oír y elucubrar. Aunque le molesta, no es capaz aún de extraer conclusiones. Ya es todo un personaje, mucho más maduro cuanto mayor empeño, paciencia y cariño hayamos volcado en él durante los pasados tiempos de crisis.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)